Etten, 7 de septiembre de 1881.
Debo preguntarte antes
que nada si te extraña lo más mínimo que pueda existir un amor lo
suficientemente serio, y ardiente, como para dejarse enfriar por muchos “nunca
en la vida”. Creo que esto, lejos de extrañarte, te parecerá natural y
razonable.
El amor,
efectivamente, es algo tan positivo, tan poderoso, algo en tal forma real, que,
para el que ama, es tan imposible arrancarse ese sentimiento como atentar
contra su propia vida. Y si me contestas que, sin embargo, hay hombres que
atentan contra su vida, te responderé sencillamente: “no creo ser hombre con
tales inclinaciones”. Le he tomado verdadero
gusto a la vida, y me siento muy dichoso amando. Mi vida y mi amor son una
misma cosa. Pero me objetarás tú, ¡te encuentras ante un “nunca en la vida”! a
lo que yo respondo: provisionalmente, old
boy, yo considero ese “nunca en la vida” como un carámbano que estrecho
contra mi corazón para derretirlo.
Saber que triunfará,
si la frialdad del hielo o mi calor vital, es una delicada cuestión sobre la
que prefiero no pronunciarme por ahora, y quisiera que los otros tampoco me
hablasen de ello si no tienen nada mejor que decir que es “inderretible” y
“tarea de loco”, y demás insinuaciones bondadosas. Si tuviera delante de mi
nariz un iceberg de Groenlandia o Nueva Zembla de qué sé yo cuantos metros de
altura, espesor y largura, la situación sería realmente crítica de querer yo
abrazar esa masa y apretármela contra el corazón para fundirla.
Pero dado que, por el
momento, no he percibido delante de mi proa una masa de hielo de tales
dimensiones; dado que, repito, con todos sus “nunca en la vida”, no mide tantos
metros de altura, largura ni espesor, y que, si he medido bien, puede ser
abrazada, no acierto en verdad a darme cuenta del carácter “insensato” de mi
conducta.
Así pues, por lo que a
mí respecta, aprieto contra mi corazón el témpano “nunca en la vida” como única
solución si quiero esforzarme en que desaparezca, o en que se funda. Y ¿quién
puede objetar eso? No sé en qué manual de física habrán podido aprender que el
hielo sea inderretible.
Me siento muy
inclinado a la melancolía cuando veo tanta gente tomarse la cosa tan enserio,
pero no tengo el modo alguno la intención de volverme yo mismo melancólico y
desprenderme del valor del que me siento armado. Lejos de mí tal idea.
¡Basta! Que se
melancólico quien quiera, yo solo aspiro a ser feliz como una alondra en
primavera. Solo quiero cantar una canción: ¡amar todavía más! ¿Te complace ese
“nunca en la vida”? no lo creo; más bien lo contrario. Pero parece haber
quienes experimentan placer y que, quizá, sin saberlo, evidentemente “por mi bien
y con las mejores intenciones”, se ocupan de arrancar los témpanos de mi pecho,
e inconscientemente vuelcan sobre mi amor ardiente mas cubos de agua fría de
los que ellos creen. Pero estoy seguro, old
boy, que por muchos que sean los cubos de agua fría, no me refrescarán por
ahora al menos.
¿No encuentras acaso
necias a las personas que insinúan que yo debía estar preparado, pues pronto me
enteraría de que ella ha aceptado otro partido más rico, que se ve hermosa y
seria pedida en matrimonio, y que sentía decididamente poca inclinación por mí,
si yo iba más allá del “hermano y hermana”? (¡ese límite extremo!), y que sería
realmente lamentable, si entretanto (!) yo dejara pasar otra ocasión quizá
mejor (!).
Aquél que no ha
aprendido a decir “ella o ninguna” ¿sabe acaso lo que es el amor? Cuando oigo
todas esas cosas, siento con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi
inteligencia: “ella, o ninguna”. “Lo que demuestras es debilidad, pasión,
insensatez, falta de conocimiento mundano (alegarán tal vez algunos), cuando
dices ella, o ninguna: conserva las distancias, trata de arreglar las cosas.” ¡Lejos
de mí esa idea!
Que mi debilidad sea
mi fuerza: yo quiero depender de ella y de ninguna otra, e incluso no querría,
si pudiera ser independiente de ella.
Sé que ella amó a otro y tiene siempre el
pensamiento puesto en ese pasado, y que parece tener escrúpulos de conciencia a
la sola idea de un nuevo y posible amor. Sin embargo hay una frase, tú la
conoces: “¡es necesario haber amado, luego perder el amor, y luego volver a
amar!” “amar aún: querida
mía, mi tres veces querida, mi bien amada”
Yo vi que ella pensaba
siempre en el pasado y se hundía en el con devoción. Me dije, entonces: aunque
yo respete ese sentimiento y su duelo me entristezca y emocione, encuentro con
todo en él algo fatal.
No puedo, pues,
enternecer mi corazón y debo ser firme y decidido como un estilete de acero.
Quiero esforzarme en hacer brotar en ella un sentimiento nuevo que, sin hacer
desaparecer el antiguo, tenga tanto derecho como éste a la existencia. Entonces comencé, al
principio con torpeza, pero con la suficiente decisión para llegar a estas
palabras: “Kee, yo te amo como a mí mismo”. Y entonces fue cuando ella dijo:
“no, nunca en la vida”. ¡No, nunca en la vida!
¿Qué replicar a eso? “¡amar todavía más!” no puedo predecir aún quién ganará la
partida; solo Dios lo sabe. Yo únicamente sé una cosa: that I had better stick off to my faith.
Cuando este verano
escuché ese “nunca en la vida”, Dios mío, fue terrible. Y
aún cuando no me cogía por sorpresa, sentí al principio algo tan abrumador como
la condenación eterna (y así era); por un momento quedé fulminado y como
derribado en tierra.
Pero entonces, en aquella indecible angustia
de mi alma, resplandeció una idea como una llama en la noche. Esta: se resigna
a aquél que puede resignarse; pero si podéis creer, ¡creed entonces! Entonces
me incorporé, no ya como resignado sino como creyente, y mi único pensamiento
fue: ¡ella o ninguna!
¿De qué viviréis, me
dirás tú, si consigues que ella te escuche? O quizá: no lo conseguirás. Pero,
no; tú no dirías eso. El que ama vive, el que vive trabaja y el que trabaja
tiene pan.
De modo que me siento
tranquilo y confiado en ese aspecto, precisamente porque eso influye en mi
trabajo.
Que cada vez me atrae más, precisamente porque me doy cuenta que
triunfaré. No quiere decir que crea que llegaré a hacer algo extraordinario,
sino más bien algo común, de ahí deduzco que mi obra será sana y razonable,
tendrá un sentido y será de alguna utilidad. Creo que nada nos sitúa tan
intensamente en la realidad como un verdadero amor. Y aquel que viva en la
realidad ¿está en el mal camino? Creo que no.
¿A qué compararía yo ese sentimiento peculiar, esa comprobación
característica del estado amoroso? Porque realmente, para un hombre, enamorarse
seriamente en su vida es el descubrimiento de un nuevo hemisferio.
Por eso quisiera yo
que tú también te enamoraras; mas para eso hace falta una ella. Sin embargo, en
eso, como en todas las cosas, el que busca, encuentra. Aunque el hecho de
encontrar sea un don y no un mérito propio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario